La evolución y la difusión de las nuevas tecnologías, más allá de sus indiscutibles ventajas,
esconde una cara oculta que puede llegar a perjudicar, de alguna manera,
a una franja de usuarios. Además, plantea algunas preguntas.
La básica: ¿Podemos vivir desconectados? Internet determina considerablemente
nuestras vidas, pero, ¿puede también discriminar a esos ciudadanos que no están
tan familiarizados con los entresijos de la Red, los llamados tecnoanalfabetos?
Y, sobre todo, ¿es realmente más práctico, rápido o eficaz hacerlo todo online?
Valga como ejemplo lo que ocurrió hace algunos meses en Reino Unido, el país más conectado de Europa, donde empezaron a surgir unas plataformas que reivindican los derechos de los usuarios que no quieren utilizar Internet para tramitar cierto tipo de documentos o hacer la compra. Piden que la Administración Pública y los comerciantes que planean trasladar su actividad en línea para ahorrar sigan respetando a los que se las arreglan mejor con el correo ordinario, no están acostumbrados a rellenar formularios online o prefieren acudir a una tienda de toda la vida. Bien porque la tecnología les supera o, sencillamente, por elección personal.
Más que un rechazo a la sociedad contemporánea -que también existe y coincide, sobre todo en los países anglosajones, con el resurgir de movimientos neoluditas, que propugnan un rechazo a las tecnologías y una vuelta al campo, o grupos ecologistas radicales-, esta última opción tiene una especie de carácter filosófico, relacionado con un estilo de vida más analógico y, en muchas ocasiones, forzado por el lenguaje propio de la electrónica, plagado de neologismos y acrónimos.
¿Saben ustedes, por ejemplo, qué es un widget? Pues, los expertos aseguran que es un nuevo tipo de aplicación, útil para facilitar el acceso, por ejemplo, a "funciones utilizadas con frecuencia y proveer también de información visual". En otras palabras, se trata de una forma de bajar y ver en la pantalla de sus ordenadores relojes, notas, calculadoras, calendarios, agendas, juegos o unas ventanas con información del tiempo en sus ciudades, como también explican los editores de Wikipedia. Sin más.
Y es que precisamente el lenguaje puede convertirse en un factor excluyente del universo tecnológico, porque parece estar demasiado orientado a los iniciados, señalan los expertos. Por otro lado, en algunas ocasiones no hace falta ser un tecnoanalfabeto para salir corriendo. Porque la cantidad de cables, complementos y gadgets puede espantar incluso al tecnófilo más curtido.
Es el caso del madrileño Ícaro Moyano, periodista especializado y responsable de latejedora.es. En su opinión, la industria nos juega unas bromas pesadas. "Hay muchas conexiones wi-fi, mucha conectividad sin interrupciones, pero yo cada vez llevo más cables encima. Sólo hace falta mirar su mochila de las vacaciones, por ejemplo: seguro que todos acumulamos cargadores, cables de datos y demás hilos del móvil, ordenador, cámara de fotos.... Por supuesto, todos son incompatibles entre sí y todos aparatosos. Además, ¿para qué valen todas estas cuerdas con sus puertos diferentes?", se pregunta. "Se llaman HDMI, FireWire, RJ45... Parecen más bien una ensalada de alambres con muy pocos estándares. Y, a fin de cuentas, un engorro". Mientras tanto, a la espera de que todas las marcas de electrónica de consumo se pongan de acuerdo en comercializar un par de cables compatibles y sólo unos pocos puertos USB, habrá que acostumbrarse o quedarse fuera de juego.