El 11 de setiembre será recordado como el día más triste de nuestra historia más reciente.
Todo se inicia, con una cola bajo un sol de justicia. Somos cientos, y la mayoría son turistas. Hay negros, blancos, amarillos. La cola dura casi una hora. La entrada cuesta 26 dólares. El Museo del 11 de Septiembre, en el sitio de las Torres Gemelas. Hay, a la entrada un control de rayos X para personas y equipajes. El Museo está construido donde estaban las mismas torres, son espacios enormes muy vacíos, paredones, el gentío camina en voz baja, sus pantalones cortos, sus cámaras y teléfonos en ristre. La mayoría pone esa cara que se usa en los entierros. En el museo hay trozos del edificio retorcidos, vigas retorcidas, un vehículo policial retorcido. Hay una escalera que permitió escapar a mucha gente y fue indultada. Hay una pintada enorme que dice: 'Ningún día los borrará de la memoria del tiempo'. Tras esa pared hay restos de personas.
En una zona oscura las caras de las 2.977 víctimas nos miran desde las paredes. El silencio es espeso, se puede cortar a cuchillo.
El museo cumple de sobra con la función de la memoria. Tras 23.000 fotos, 10.000 objetos, 500 h. de película aparece un panel sobre los efectos del desastre:
''¿¿Cómo puede América proteger a sus ciudadanos del terrorismo??'', se pregunta, y muestra soldados USA en Irak y Afganistán.
Al fin, en la tienda del museo, se venden banderas, camisetas, peluches, tazas, joyas, bolsos: todo para conmemorar. Aquí, antes, había unas torres que se llamaban World Trade Center.
¡¡¡Dios salve a los Estados Unidos de Norteamérica!!!