Fenómeno américa latina...escrito por jaime baily

"En América Latina nos va mal porque somos autodestructivos y nos lo merecemos. Nadie tiene la culpa de nuestros fracasos, salvo nosotros mismos. Nos va mal porque somos tontos y nos metemos en líos que bien podríamos evitarnos.
La mejor prueba de que somos tontos es que elegimos malos gobiernos. Generalmente elegimos una opción mediocre habiendo
mejores alternativas que desechamos. En los últimos años sólo Chile escapa a esa fatalidad. Desde que recuperó la democracia, ha tenido gobiernos probos y eficientes. No es casual que sea el país que más ha prosperado en la región.
Un país es como una empresa, y un gobierno, como su directorio, y un presidente, su jefe del directorio y gerente general. Los ciudadanos de un país son los accionistas de esa empresa y tienen el poder de elegir cada cierto tiempo a las personas que van a
administrarla. Cuando votan por un gobierno, escogen a un directorio. Elegir a un presidente es el acto de contratar a un gerente para que dirija esa empresa. El trabajo de ese gerente es aumentar las ganancias de la empresa, de modo que los accionistas prosperen y, concluido su periodo, sean menos pobres o más ricos; y, lo que es todavía más importante, debe respetar las leyes de esa empresa sin incurrir en abusos o actos ilegales, de modo que los derechos de todos los accionistas sean respetados.
La única manera objetiva de medir el éxito o el fracaso de un gerente es evaluando el rendimiento de su empresa y las ganancias o pérdidas que ella ha obtenido. Si la empresa gana más dinero dentro de la ley, el gerente ha hecho una buena gestión. Si sus ganancias decaen, ha fracasado. Del mismo modo, la única manera objetiva de medir si un presidente ha tenido éxito o ha fracasado es midiendo, al final de su gobierno, si hay más pobres o menos pobres que cuando comenzó su mandato y si ha respetado las leyes de su país.
Porque si un gerente aumenta las ganancias haciendo trampa, su gestión no puede ser considerada positiva, las suyas son unas ganancias deshonestas. Del mismo modo, si un presidente consigue reducir el número de pobres, pero viola al mismo tiempo las leyes y libertades que protegen a esos ciudadanos, esa gestión sólo puede ser repudiada. Todo esto parece bastante obvio, pero en América Latina lo olvidamos muy a menudo. Por desgracia, también pasamos por alto que para contratar a un gerente, los dueños de una empresa evalúan los antecedentes de todos los candidatos y eligen al que exhibe un mejor currículum; pero cuando los dueños de un país, es decir sus ciudadanos, seleccionan a un gerente para administrar sus riquezas, muy rara vez se detienen a examinar con rigor los antecedentes de las personas que aspiran a gobernar y casi siempre eligen a las más impresentables, a las menos confiables, a las que tienen peor resumen.
No de otra manera se explica que los venezolanos y ecuatorianos eligieran a golpistas, cuando un golpista es ante todo un delincuente y debería ir a la cárcel por una larga temporada; o que los peruanos eligieran hace catorce años a un absoluto desconocido y hace tres a un hombre capaz de negar a su propia hija, cuando el acto de negar a una hija ante los tribunales es o debería ser un delito; o que los candidatos más votados en las elecciones argentinas del año pasado fuesen peronistas, cuando el peronismo es el gran responsable de la decadencia argentina; o que los bolivianos tumbasen a un gobierno legítimo que sólo quería vender gas al extranjero para hacerlos menos pobres; o que millones de argentinos votasen en el 2003 por el hombre que los arruinó en los noventas y millones de peruanos en el 2001 por quien los arruinó en los ochentas; o que tantos latinoamericanos, incluyendo a no pocos de sus presidentes, admiren a un tirano cruel como el que ha hundido a la isla cubana en la miseria; o que tantos peruanos aspiren a que vuelva a gobernar el dictador corrupto que abusó del poder en los noventas; o que los bolivianos exijan que se les devuelvan territorios perdidos en una guerra del siglo antepasado y atribuyan su pobreza a la falta de salida al mar, olvidando que los haitianos disponen de abundantes salidas al mar y son paupérrimos y los suizos carecen de puertos y son muy ricos.
Nadie tiene la culpa de nuestras desgracias, sino nosotros mismos. Elegimos malos gobiernos a pesar de que tenemos opciones mejores y apañamos dictaduras no obstante que decimos creer en la democracia. Irónicamente, muchos de quienes votaron por tan malos candidatos son quienes luego exigen más clamorosamente que esos gobiernos legítimos sean derrocados, ignorando que dos errores no hacen un acierto y que cuando el poder ha sido entregado, deben respetarse los plazos democráticos, a menos que el gobierno incurra en unos actos ilegales que justifiquen su remoción.
Por último, así como ninguna empresa contrataría a un gerente por cinco o seis años y lo mantendría en el cargo si su gestión es un fracaso en los primeros dos, ningún pueblo latinoamericano debería entregar el poder a un gobierno por tanto tiempo sin pedirle cuentas al cabo de los primeros dos años. Es injusto tener que aguantar cinco o seis años a un presidente consistentemente inepto, sin poder hacer nada, dentro de la ley, para liberarse de él y corregir tan pernicioso error. Debería ser posible, a mitad de la gestión, que los ciudadanos evalúen su trabajo y determinen si ese gobierno merece quedarse o debe irse, así como los dueños de una empresa echarían a un gerente incompetente o corrupto apenas tuvieran evidencias de sus malos resultados. Como eso no es posible, los atribulados dueños de un país, es decir, sus ciudadanos, canjean sus acciones por las de otras empresas, es decir, se mudan a otros países donde aspiran razonablemente a prosperar y en cuyo futuro sí pueden creer"

Saludos,
Jaime Baily