Hay que tener todavía mucho descaro para recriminar a otros traer a colación la bazofia de ETA cuando aquellos que lo dicen son los que chalanearon con ella. La peor de las basuras la auspició Zapatero, otorgando a los terroristas la condición de interlocutores en pie de igualdad con el Estado. Tiene razón Bono cuando afirma que los etarras son chulos, golfos, asesinos y ladrones, aunque se le olvida añadir que este Gobierno se sentó con esos tipos para decidir juntos una parte sustancial del futuro de España. Por eso alguien tiene ya que dar explicaciones convincentes y rápidas. Toda la demás verborrea es simplemente una suma de patrañas. Cada minuto que pase sin rendir tales cuentas crece la sospecha sobre lo que algunos estaban dispuestos a consumar bajo la batuta de Rubalcaba: poner a la nación de rodillas tal y como las actas retratan.
Zapatero y Rubalcaba han mentido a destajo. Las cosas son como son aunque intenten disimularlas con discursos trucados. Ahora pretenden también que la oposición enmudezca y se convierta en cómplice moral de aquella vileza. La lealtad al Pacto Antiterrorista no pasa por tapar a quienes obraron contra el mismo. El Partido Popular nunca hubiera aceptado compartir que se dieran órdenes políticas para evitar la detención de terroristas, ni que se hicieran cambios en la Fiscalía a gusto de la banda, ni que se ocultaran cartas de extorsión, ni que se apostara por un acuerdo político con ETA, ni que se jugara con la sustantividad de Navarra. Por eso el Gobierno actuó a sus espaldas.
El colmo es que estos se crean que pueden seguir engañando a los españoles diciendo que los socialistas nunca utilizaron el proceso de paz ni la política antiterrorista de forma partidaria. Al parecer no fue nada partidista iniciar aquellas negociaciones en contra del criterio del principal grupo de la oposición, que representaba entonces a casi 11 millones de españoles, ni tampoco hubo la menor deslealtad en la actitud mantenida por el PSOE durante las 48 horas siguientes a los atentados del 11 de marzo del año 2004 y especialmente en la jornada de reflexión. Sea como fuere, ya no valen más tomaduras de pelo porque son muchas las incógnitas que reclaman hallar certezas. Que Rubalcaba explique por ejemplo qué hacía Eguiguren de confidencias con un miembro de ETA sobre hipotéticos infiltrados policiales o haciendo planes con Josu Ternera cuando este es un huido de la Justicia. Que Rubalcaba explique bajo qué título nombraba negociadores sin ser miembro del Gobierno y por qué tras conocerse las actas pretenden convertir a aquellos en unos meros excursionistas particulares que no representaban a nadie, que no recibían instrucciones y que actuaban por su cuenta.
Es obvio que el PSOE quiere desviar el debate denunciando maniobras contra Rubalcaba a tenor de su pretensión sucesoria. El calendario denota la falacia. Yo comencé a preguntar sobre el chivatazo el 14 de octubre de 2009, cuando ni por asomo estaba planteado el relevo de Zapatero. Aquí lo que importa no es lo que quiera ser Rubalcaba, sino impedir que quede impune esa delación que supuso la mayor vileza cometida por unos gobernantes contra el Estado de derecho, las víctimas, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la dignidad colectiva de la sociedad española. El vicepresidente y ministro del Interior ha tenido más de un año para dar explicaciones del caso Faisán en el Congreso. No ha dado ninguna, dedicándose en exclusiva a escurrir el bulto. Si efectivamente no tuviera nada que ocultar su actitud habría sido diametralmente distinta.
Tampoco habría intentado engañar a la juez francesa contestando a su comisión rogatoria que no le constaba quién era la autoridad de su ministerio que usaba el número de teléfono hallado en posesión de un etarra detenido, siendo que este era utilizado por el entonces director general de la Policía, y así otras lindezas actuadas en orden a enterrar la verdad.
El tiempo, sin embargo, acaba derrumbando siempre la trama de los falsarios. Este Gobierno engañó a los españoles incluso antes de serlo. Zapatero propuso el Pacto Antiterrorista mientras que sus subordinados estaban ya hablando con ETA y con su entorno. Que el acta del 22 de junio de 2006 esté señalada con el número 66 expresa la longevidad de los contactos. Hoy más que nunca se entiende por qué Otegui era calificado como un hombre de paz y hasta qué punto el atisbo de rendición se escenificó en torno a la figura de ese criminal llamado De Juana Chaos. Guste o no al vocerío de Ferraz y de Moncloa, los ciudadanos tienen derecho a saber todo lo sucedido. La memoria de los asesinados no permite que la ignominia que describen las actas etarras quede en nebulosa y tapada por la mentira. La guerra sucia del GAL y el esbozo de esta negociación claudicante son episodios de una misma trayectoria histórica que lleva la marca de Rubalcaba, por mucho que en la actualidad pretenda cubrir sus vergüenzas como si nada hubiera pasado.
Ignacio Gil Lázaro
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/bazofia-las-actas-etarras-20110403