Quien visite alguno de los muchos cabos de la costa gallega puede sorprenderse al encontrar grupos de dos o tres personas vigilando el horizonte armados con telescopios y prismáticos. No pretenden ver Nueva York ni barcos piratas, sino cetáceos. Desde 2003, la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma) recorre la costa gallega buscando a estos animales para conocerlos mejor y comprender a qué problemas se enfrentan. Para ello crearon la Rede Galega de Avistamento de Cetáceos, una iniciativa única en Europa. En ningún otro lugar del continente se peina cada mes de forma sistemática la costa para buscar ballenas, arroaces, delfines, focas de Groenlandia o tortugas del Caribe. Todos estos animales llegan a nuestras costas porque Galicia, como la definió el músico Xurxo Souto, es el centro del océano Atlántico, y como tal sirve de frontera para muchos habitantes del mar.
Las observaciones se realizan todo el año aunque llueva o haya temporal
El número de cetáceos avistados se redujo en el último año
Una de las apasionadas que realiza esta vigilancia es Mara Caldas, una viguesa que se entregó de lleno a los cetáceos después de que se cruzara en su vida Ulises, una foca a la que ayudó a recuperarse nada más acabar un curso de auxiliar de veterinaria. Luego vendría Nadalito, otra foca que esta vez encandiló a los habitantes de Laxe, y más recientemente el delfín Gaspar, que Mara define como "400 kilos con ganas de jugar".
Mara, junto al resto de trabajadores y voluntarios que colaboran con Cemma, seleccionó, después de años de pruebas, 30 puntos de la costa, la mayoría cabos, desde los que otear el mar en busca de cetáceos.
En cada punto permanecen entre 20 y 60 minutos, intentando localizar entre las olas cualquier rastro de los animales, algo no siempre fácil. Las condiciones de visibilidad son fundamentales, pero el tiempo muchas veces no ayuda. Temporales, nordés o niebla estorban la labor, pero el trabajo tiene que hacerse, con sol o con lluvia.
Llegar a los puntos de observación obligó a Caldas a aprender geografía a golpe de volante, a situar cada cabo en el mapa y en los cruces de las carreteras secundarias. Kilómetros y kilómetros que necesitan mucho café y música animada de fondo. Mara sale desde Nigrán, en la ría de Vigo, y llega hasta Touriñán y Fisterra, gracias a que, desde hace un tiempo, Cemma cuenta con una unidad en la costa del norte y ya no tiene que ir hasta Ferrol o A Mariña.
Aun así, sigue volviendo a casa a la una de la mañana como pronto. A pesar del cansancio, recuerda con cariño los viajes desde Nigrán hasta San Cibrao, pasando por Camariñas, y reconoce que en su semana escasa de vacaciones al año le cuesta mucho desconectar.
Tantos viajes le han permitido conocer las carreteras gallegas como la palma de su mano y tener amigos en cada puerto, ya sean marineros, pescadores o voluntarios de protección civil. La complicidad de muchos de ellos facilita el trabajo de Cemma, pues el conocimiento que la gente del mar tiene de los cetáceos ayuda a comprender mejor sus rutas y hábitos que los libros.
Cemma mantiene esta red de vigilancia y otras actividades gracias a un convenio con la Xunta, que se revela escaso para todo el trabajo que deben desempeñar, pero que compensan con grandes dosis de entusiasmo. El mismo entusiasmo que les permite enfrentarse a situaciones como toparse con un suicida en Ortegal mientras observaban el mar, soportar horas en el agua en pleno invierno para ayudar a un delfín extraviado o intentar explicar a un pescador que el arroaz no rompe sus redes por nada personal, sino para sobrevivir.
La convivencia no siempre es fácil. Cetáceos y pescadores compiten por los mismos peces, que escasean en las rías, y a veces el enfrentamiento llega a ser violento. Caldas recuerda que algunos viejos pescadores llegaron a describir "corridas de arroaces", como forma de controlar las poblaciones, práctica que hoy está extinguida.
A pesar de que las relaciones mejoraron en los últimos tiempos, para Mara Caldas queda mucho hasta alcanzar el entendimiento entre hombres y cetáceos. Y corre prisa, porque en lo que va de año el número avistamiento ha descendido de forma significativa. La ecologista no quiere aventurar nada, pero se le nota la preocupación. Aun así, quiere seguir luchando por estos animales, y para evitar que el único recuerdo de su presencia en Galicia sean las ruinas de lo que un día fueron las factorías balleneras de la Costa da Morte.