La prohibición taurina pone ahora ante la Democracia Neoespañolista la oportunidad perfecta para asentar su imagen de derecha amable y cool entre esa parte de la izquierda que siempre anda buscando una buena excusa para votar a la derecha y que le baje los impuestos. La encomiable decisión del Parlament -un pequeño paso para el hombre, un gran salto para los toros- ha excitado lo más racial y contradictorio de la caverna neoespañola, poniendo de manifiesto la intensidad del problemático "hecho diferencial madrileño". Al parecer, puede prohibirse por ley que alguien se declare nación y es bueno para la libertad. En cambio, proscribir que se ajusticie a toros a estocadas ataviados con unas singulares mallas es un acto de represión. Al parecer, los mismos ciudadanos del mundo que no se cansan de imputar pecados de sectarismo identitario al nacionalismo, defienden que las corridas de toros son cultura y son buenas por formar parte de nuestra identidad. Figuran en el núcleo duro de la misma esencia de ser español.
Junto con otras verdades universales como el gol fantasma de Michel contra Brasil, que nadie cocina mejor que nuestra madre o que el diésel compensa si se hacen más de 50.000 kilómetros al año. Prohibir las corridas no ofrece un ejemplo de civilización y modernidad ilustrada, sino un arrebato de antiespañolidad. "En Galicia nos preocupan más las vacas que los toros", dijo, provocador, Feijóo, ( presidente de la Xunta del PP) con esa brillantez de tertuliano tan suya. Cuánta razón tiene. Debemos animarle a dar un paso más. Prohibámoslas también en Galicia. Pero no por los toros, sino por las vacas.
Frente a la barbarie, ni una vaca viuda más. Convirtamos juntos a Galicia en ese templo de la democracia donde el toro y la vaca puedan estar seguros de que si alguien llama a su puerta a las cinco de la mañana, con toda seguridad, es el lechero.