Es extraordinaria la eficacia con que las instituciones de progreso gastan el dinero de nuestros impuestos. La campaña del Consejo de la Juventud para incitar a los jóvenes a implicarse en las cuestiones candentes de la actualidad y cambiar el mundo es un ejemplo de dinero muy bien empleado. La LOGSE y sus secuelas normativas han realizado una imprescindible labor modificando las conciencias de las nuevas generaciones, pero entre la escuela y las listas del paro faltaba un eslabón formativo que campañas como la de la verruga Warren suplirán con creces.
Erradicadas de la enseñanza elemental cuestiones tan reaccionarias como el esfuerzo individual, el afán de superación y, sobre todo, la transmisión de los valores morales típicos de la cultura occidental, que tanto daño nos han hecho a las generaciones anteriores a la llegada de Rubalcaba y Maravall al Ministerio de Educación, era del todo punto necesario continuar esa labor de modelado espiritual en la fase postadolescente. En esa etapa tan crítica del ser humano es necesario cincelar la mente todavía inmadura del individuo con conceptos progresistas como interculturalidad, ciudadanía global, cooperación y paz, derecho a la emancipación y, por supuesto, el imprescindible desarrollo sostenible.
Hay que convencer a los jóvenes de que tienen derecho a una vivienda digna, es decir, a que el Gobierno les proporcione un picadero decente sin necesidad de recurrir al incómodo expediente de la okupación, a un empleo también digno (bien pagado y cerca de la casa de papá) y a que el mundo se convierta en un festival ecuménico de interculturalidad, mestizaje, tolerancia y buen rollito.
La campaña de la verruga Warren es extraordinaria, ya digo, sobre todo porque explica perfectamente la receta para conseguir todos estos derechos imprescindibles que tanto preocupan a nuestros jóvenes. Se trata de que la juventud abandone el egoísmo individualista y se lance en tromba a la defensa de los derechos colectivos a través de las múltiples asociaciones puestas en marcha por los acorazados de progreso.
Hay una escena en el anuncio de la verruga que esmalta admirablemente este concepto esencial. Una chica, en el colmo de la insolidaridad, acude a una entrevista de trabajo en lugar de implicarse en la lucha por un mundo más justo a través de movimientos sociales alternativos. Entonces, su egoísmo individualista es castigado por la verruga justiciera, que boicotea la entrevista con insultos hacia el empresario que pretende contratarla. ¿Qué deben los jóvenes aprender de esto? Pues que el involucrarse en la maquinaria capitalista a través del trabajo personal para disfrutar de comodidades burguesas es un grave pecado reaccionario, de ahí que la verruga del Consejo de la Juventud se vea en la obligación de putear a la insensata.
Debemos felicitar al Consejo de la Juventud, pues acciones como esta campaña de la verruga son absolutamente necesarias si queremos que nuestros jóvenes se conviertan en ciudadanos verdaderamente progresistas y, sobre todo, sepan lo que deben votar llegado su momento.