Hace menos de diez años, la fiebre de los cibers alcanzó su grado máximo. Miles, ¡que digo miles! ¡cientos! de jovenzuelos y gañanazos se agolpaban en esos oscuros chamizos llenos de perras y humo de tabaco ¿para qué? Para hacer algo que esa generación no estaba acostumbrada a hacer: relacionarse profiriendo todo tipo de burradas e insinuaciones a ver si caía algo y viciarse salvajemente a juegos en LAN, principalmente al Quake. Lo que antes era un ecosistema propio que se desarrollaba en las salas recreativas pasó a habitar en estos locales, que se multiplicaron como gremlins en una pileta.
Adios, ostracismo. Hola, relaciones personales
Quienes allí se recluían solían ser inadaptados sociales (como todos los miembros de esta redacción y tú, que nos lees ahora mismo, anodino freak) que vagaban en pos de alguien que les comprendiese. Y en Internet siempre había quien les comprendiese, quien les hiciese algo de caso, quien les siguiese su rollo lastimero y mortificante Exacto. Internet aglomeraba a todos los desesperados del mundo, a los pardillos, a los deprimidos, a los terroristas suicidas en prácticas, y a todos aquellos que buscaban un hombro donde llorar.
Fue entonces cuando muchos de los frikis del mundo comenzaron a ver la luz fue entonces cuando comprendieron que daba menos trabajo a la larga tener amigos desconocidos que inventárselos. Y de amigos saltaron directamente al siguiente paso ¿se podía ser algo más que amigos en Internet?
Sí. Se podía. Es más, toda mujer que se conectase a Internet y hablase contigo merecía automáticamente una puntuación de 7 sobre 10. Vivir de ilusiones es gratis, y si no la conoces y habla contigo debía ser un bellezón perdida en algún antro como ese en el que tú te apoltronabas. Luego para calcular como era físicamente y desechar ese generoso 7 había muchos sistemas; el más aceptado era el de ir restando medios puntos por cada vez que se riese con alguna de las subnormalidades que dijeses, y otro medio por cada día consecutivo que hablaseis parando de contar al tercer día. Sí, por lo general eran unas gordomochas más desesperadas aún que tú, pero habían dado rienda suelta a tus instintos onanistas durante al menos unos días (aunque nos conocemos y tampoco tenía que ser cacao maracuyao para ponerte como un burro).
El sueño de todo cibernovio
¡Pero eso eran teorías, y no leyes! A veces no se daban, y por aquél entonces las cámaras digitales eran una mera utopía. Por lo menos lo era para nosotros, una utopía, como lo de la ducha diaria o lo de comer con cubiertos que te permitiesen acercar la comida a tu boca Eso le daba cierto juego a las relaciones y pronto surgió entre los protoseres que frecuentaban los canales #amor, #amistad, #sexo y #hago_lo_que_sea_por_echar_un_polvo la enfermiza costumbre de chatear siempre con una misma persona, hasta enamorarte de alguien a quien no conocías y sacarte así de la manga una cibernovia.
Vaaaaya, cibernovia increíble. Una cibernovia. Lo más cercano a tocar pelo que muchos habíais estado en vuestras sucias vidas; no como nosotros que somos musculosos adonis de perfiles griegos. Una cibernovia.
En la tele comenzaron a aparecer casos de parejas que se casaban sin haberse visto hasta el día antes (y no hablamos de viejas y jugadores de la ACB) y se habían conocido por intenné. Ese tal Internet resultó ser una celestina de ondas electomagnéticas que unió parejas de descerebrados que fantaseaban con lo de soy rubia, de ojos claros, alta y no he tenido nunca novio tengo dieciocho añitos. Pero claro ¿era esto verdad? Eran esas jacas reales o no eran exactamente así, y esa belleza de rasgos suecos solía ser un obeso mórbido desde su ordenador, tirado en calzoncillos sobre la silla de su habitación y fantaseand Vale, ya lo has entendido. Todo el sistema estaba podrido. Sin embargo muchas parejas continuaron en la brecha, esperando algún día conocerse.
Inteneeeeee, ¿vienes a por mi?
Curiosamente cuando aparecieron las cámaras digitales el tema de las cibernovias se fue a tomar por culo.
Morena, alta, piel clara, en buena forma
Pero claro, se dice que los seres humanos sacan su ingenio en los momentos más desesperados. Y así fue como los chateadores aprendieron a sacar fotos eligiendo cuidadosamente los ángulos.
Tras ver que casos como estos pasaban a ser los habituales el cibernoviazgo se fue definitivamente a la mierda, quedando sólo algunos irreductibles, que acaban conociéndose en pogramas como ese estudio antropológico que es El Diario de Patricia.