http://www.solidaridad.net/noticias.php?not=3257Tr-aspasar el límite metiéndose en la cama con un niño. Es, según Ecpat, la aventura bestial de 4 millones de viajeros en el mundo, y en la que miles de españoles participan (a Iberoamérica llegan más de 35.000) borrachos de un relativismo moral (todos lo hacen) que causa estragos
Vértigo como de una enfermedad infantil crónica que suele hacer mella a los ocho años, aunque algunos la padecen desde mucho antes, y que permanecerá para siempre. Vértigo en una caída negra y en picado hasta el abrazo del miedo, a empellones escondidos, en urgente descenso sin nada a lo que agarrarse, desapareciendo una y otra vez por la guía tenebrosa del manoseo del amo ocasional con derecho a todo por 4 euros, si acaso 10. Y sólo vértigo porque es lo que se ve en los ojos oscuros como pozos sin fondo de tantos niños - que en un último recuento oficial de Unicef ascienden a más de 2,5 millones en el mundo-, en los que sólo flota la esencia misma del miedo, que por cotidiano no es menos contundente.
Es tremendo comprobar -cuenta Hernán Zin, que los ha visto por cientos- cómo el único ser que se acerca a estos niños con una sonrisa, que les ofrecerá caramelos o les comprará una bolsa de patatas fritas para calmar su hambre, es el que sin más preámbulos los llevará de la mano a la habitación de su casa alquilada, hotel o pensión más cercana para violarlos. Y el niño, bien lo saben, no se quejará, pero por ello no será menos violación. Ni más ni menos que el silencio apoteósico de la consumación bestial del deseo y el poder.
Zin, empeñado en investigar y denunciar la explotación sexual infantil en los países a los que viajan habitualmente estos abusadores, es autor de Helado y patatas fritas en donde describe la situación de 1.400 niños camboyanos en las calles de Phnom Penh sometidos a estas prácticas. El periodista no habla de una cuestión más o menos repugnante de documental intempestivo, que suele ser cosa de otros, sino de la real actividad de un grupo extenso de españoles que, según un informe de la organización Save The Children, ha colocado a nuestro país entre los que generan más turismo sexual con menores, hasta alcanzar la cifra de más de 35.000, sólo con destino a Iberoamérica, según las últimas estimaciones.
Estos son peores que los pederastas compulsivos, dice con rotundidad el investigador Zin. Al menos sé que Pier Gynot, el ex empleado de la televisión pública francesa y creador de su particular Neverland al sur de Camboya, es un trastornado dedicado a su pederastia al cien por cien. Pero de esos abusadores ocasionales nada se puede prever.
Gynot -explica Hernán Zin-ha creado su universo de abusos en una finca con karts y piscinas donde una veintena de niños, siempre desnudos, satisfacen sus deseos. Violados, torturados, y vendidas las imágenes de las aberraciones a través de internet, los niños intentan luego sacarse el trauma abusándose entre ellos como los sidosos de Soweto creen sacarse el VIH violando bebés.